Es interesante que muchos autores han visto a lo largo de los años que la inteligencia intelectual no garantiza la culminación de una carrera universitaria, ni el puesto en un trabajo, ni el éxito en la vida, sino que se han encontrado con otro tipo de inteligencia a la que han llamado inteligencia emocional.
Hay autores que no están de acuerdo en llamarla “inteligencia” porque no puede ser cuantificable, o sea que no la podemos medir. La inteligencia intelectual posee test psicométricos para poder saber que “cantidad” posee una persona, pero no pasa así con la inteligencia emocional, de ella no podemos saber qué cantidad tiene una persona. Por lo tanto algunos la ven como una “habilidad”, la habilidad que tiene una persona de saber relacionarse consigo mismo y con otras personas.
A estas inteligencias se las llama intrapersonal (en relación a mi propia persona) e interpersonal (en relación a otras personas).
Más allá del nombre que reciba, sabemos acerca de la necesidad de conocer nuestras emociones, de poder entender y gestionar lo que “sentimos”.
Cuántas personas han reaccionado mal ante una situación estresante, violenta y han cometido muchos errores que dejaron consecuencias devastadoras y luego se lamentan pensando si tan sólo hubieran reaccionado de otra manera, si hubieran hecho otra cosa. Y la verdad es que el pasado no lo podemos revertir, sólo nos queda aprender a prevenir situaciones, a pensar en cómo puedo reaccionar ante estos momentos desagradables e inesperados.
Una manera de prevenir es conocer las emociones básicas (ira, tristeza, alegría, asco, sorpresa y miedo). Aparte de estas emociones, hay otras más específicas y derivadas de estas primarias, y la idea es que como primer paso podamos conocer esas emociones, y a la vez, comprender cuales son las que utilizamos más al reaccionar, debemos reconocerlas y ponerles nombre.
El punto es que todos en algún momento vamos a pasar por situaciones inesperadas, de maltrato, situaciones que nos van a sacar de nuestro confort, e inclusive situaciones positivas o alegres, y la idea es que más allá de lo que pase aprendamos a reaccionar ante la situación de manera correcta y con las emociones adecuadas.
Lo esperable es que para cada situación reaccionemos con la emoción que corresponde, a veces, aunque parezca que esto es fácil, no siempre las personas reaccionan de la manera correcta ante lo mismo, y de la manera esperada.
Por ello, lo primero entonces es conocer las emociones y cuando las reconozco en mi vida ver si son adecuadas para la situación específica, debo aprender a gestionarlas, a usarlas de manera correcta en la situación que corresponde, por ejemplo si una persona atraviesa por un duelo, lo esperable es que esté triste, o bien que pueda tener ira, pero no es que tenga alegría, a esto me refiero con “gestionar” las emociones y saber usarlas correctamente.
Entonces una vez que conozcamos, reconozcamos y utilicemos correctamente las emociones, ya podremos ayudar a otras personas.
“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios.”
Solamente podremos ser de bendición a otros, una vez que hayamos comprobado y vivido la consolación de Dios, primero en nuestras vidas, la ayuda que podemos dar a otros dependerá de manera directa de lo que nosotros dejemos hacer a Dios en nuestra vida, nuestro carácter y emociones.
Por lo tanto, esa inteligencia para empatizar con otros va a estar íntimamente ligada con lo que Dios me enseñe a mi primero.
Esto es lo que sería la inteligencia “interpersonal”, la cual tiene que ver con tener empatía, con poder ponerme en los “zapatos” de la otra persona. Sabemos que esto no es fácil, no todas las personas están dispuestas a empatizar con otros, y esta es una habilidad que requiere de decisión, voluntad y práctica.
No puedo dejar de pensar en el versículo que dice:
Y al ver las multitudes, “tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor”
Pienso que el Señor Jesús es el gran ejemplo de la compasión y la empatía, es el único que puede ponerse en nuestros “zapatos”, es el único que nos entiende porque siendo Dios mismo se hizo hombre, para pasar por nuestras miserias humanas y estar ahí sintiendo nuestro dolor, pero sin pecar.
Entonces, la inteligencia en cuanto a las emociones, me tiene que ayudar a conocerme, a ubicarme en lo que siento en las situaciones y a relacionarme con otras personas, a poder mirarlas a los ojos y comprender su dolor, sus alegrías y tristezas; y finalmente me tiene que ayudar a hacer algo por ellas, porque Jesús las ayudó y las sanó, si bien yo no voy a poder sanarlas, sé quien tiene la cura y puedo llevarlas a los pies de quien puede cambiar su eternidad. Porque al fin de cuentas eso es lo que hizo Jesús conmigo, me miró, tuvo compasión de mí y ocupó el lugar en la cruz que yo debía ocupar.
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